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  • Foto del escritorDante Quijano

El verde tras el arco

En un día frío de diciembre donde los pájaros cantaban, el cielo seguía naranja por el amanecer y se percibía un silencio inusual; Martha despertó, bostezando, estirándose y limpiando sus ojos, pensando en cómo sería el día por venir.


La atmósfera le recordó aquel día hace dos años, era cerca de las mismas fechas, cuando repentinamente no volvió a ver a su hermano y su mamá lloraba todas las noches. Roberto, su hermano, era un joven muy amable, risueño y maduro, estaban a planeando cómo celebrar su doceavo cumpleaños cuando desapareció.


Luego de pensar un momento sentada sobre su cama, decidió bajar a ver si su mamá aún estaba en casa, casi siempre sale muy temprano y regresa cansada en la noche; revisó la cocina, el baño y la sala, ya no estaba.


Con resignación se sentó en la cocina y leyó la nota usual que su mamá le deja sobre el desayuno: “Hay cereal en la mesa, leche en el refri y una manzana”, esta decía. Empezó a tomar las cosas y a comer perezosamente, aún vistiendo sus pijamas y empezando a sentir un poco de frío. Nunca entendió bien qué pasó con Roberto y su mamá no le dijo, Martha la vio muy triste y no quiso preguntar, le dio miedo la respuesta.



Cuando el plato de cereal quedó vacío Martha tenía la mirada perdida en el fondo donde solo veía su reflejo, concentrada en sus pensamientos, solo para ser sobresaltada por algo nuevo: el reflejo de un ser sobre su hombro. Al verlo, Martha se asustó y gritó, bajó de su silla agitada y miró alrededor en su búsqueda. No había nada, pero siguió recorriendo la casa, “¿Habrá sido mi imaginación?” se seguía preguntando, después de todo, estaba distraída desde que despertó.


De repente, al entrar a la sala, escuchó una risa lejana y un golpeteo, notó la dirección y de inmediato corrió hacia el jardín, estaba algo descuidado y algunas plantas sobrevivieron solo gracias a las lluvias. Ahí finalmente lo vio de manera clara, era de medio metro, con piel oscura y reluciente, con un gorro y ropas hechas de corteza y hojas, un tambor a su cintura que generaba el golpeteo; se dirigía con pasos apresurados a un arco antiguo que siempre estuvo en esa casa, fue naturalmente formado por dos árboles que se entrelazaron.


Martha, muda de la sorpresa y asombro, lo observó entrar, nunca creyó llegar a ver algo así, el pequeño duende frente a ella finalmente desapareció de su vista y esto la trajo a la realidad nuevamente, debía averiguar para dónde iba. Empezó a correr, intentando no hacer ruido, corriendo tras él pasó por el arco.


Su mamá le había prohibido jugar sola ahí desde lo que sucedió con Roberto, no sabía por qué, cuando ella regresó de la escuela ese día solo supo que ya no estaba. Al cruzar totalmente el arco abrió los ojos sorprendida, “wow” fue todo lo que pudo decir, pero bastó para que el duende la escuchara, se tapó la boca con ambas manos dándose cuenta de que delató su presencia y miró hacia el frente para ver como se acercaba a paso ligero.


El lugar era totalmente diferente a lo que dejaron atrás, parecía un bosque gigante, como ninguno que hubiera visitado o que hubiera visto en películas, había ruido proveniente de todos los recovecos del lugar, de diferentes animales, el viento y ríos que corrían con fuerza. El color verde intenso del suelo, musgo y las hojas de los árboles hacían contraste con el color fuerte y variado de las flores, el cielo azul y el marrón del barro en el suelo.



Se detuvo frente a Martha y plantó sus pies firmes, viendo hacia arriba con una mueca de disgusto:


«¿Qué haces aquí, niñita?»- Dijo con su voz un poco aguda, pero extrañamente añejada por el tiempo, con las manos en la cadera demandando una respuesta pronta.


«Oh… lo siento, te vi en la cocina antes y no pude evitar seguirte, ¿qué es esto?»- Preguntó con la esperanza de que el duende no estuviera molesto y de haber encontrado un lugar nuevo a su rutina triste.


«No es un lugar apto para tu gente, aquí nosotros protegemos y deambulamos sin botas de metal, regresa por donde viniste, fue un riesgo dejar que se quedara el anterior…»


«El anterior… ¿Cuál anterior?»- Exclamó con repentina emoción y esperanza en la voz y dando unos pasos para seguir al duende que ya se estaba dando la vuelta.


«Hmmm, hace un año apareció, yo me opuse, pero mi hermano convenció a todos de que podía quedarse. Es un niño como tú, aunque algo más alto, risueño y moreno…»


«¡Es Roberto! Por favor, por favor lléveme a verlo, es mi hermano»- Dijo Martha suplicante, llena de una emoción que no creyó que llegaría.


«Bueno, dado que es tu hermano podría… pero no me da confianza que haya dos ahora, por su culpa mi arco está por caerse fuera de aquí. Seguime rápido y allá veremos qué hacer»- Se dio la vuelta murmurando algo y empezó a andar a paso rápido, con el rebote de su tambor marcando el paso.


Siguió y siguió por lo que parecieron horas para los ojos maravillados de Martha, a su alrededor había algunos árboles tan altos que no podía ver dónde terminaban, bandadas de pájaros volaban por momentos sobre sus cabezas a grandes cantidades, familias de animales se veían a lo lejos, más adentradas en el bosque.


Empezaron a seguir un camino estrecho que les llevó al lado de un gran río, ahí se observaban pequeñas canoas con sombrillas de hojas, donde otros duendes paseaban o pescaban. También había un puente de madera y un pozo que parecía muy antiguo, las primeras casas iniciaron a aparecer ante la vista a medida que avanzaban.


«No todos pueden manejar vivir aquí, niñita, mi gente fue la primera en entrar y lo ha mantenido con esmero… Es por eso que no me gustan los visitantes inesperados, tu hermano aprendió a cuidarlo también y se le permitió quedarse, pero no se puede repetir»- Dijo el duende, repentinamente cortando el silencio en el que marcaban la marcha.


«Este lugar… parece un santuario, una vez vi algo sobre ellos en las noticias; pero nunca vi uno como este. Si mi hermano aprendió yo también podría quedarme, lo extraño»- Al hablar de esto se preguntó qué pasaría con mamá si volvía y no la encontraba, no sabía si sería capaz de recordar el camino de vuelta, dio una mirada breve al largo camino detrás de ella y siguió -«Déjeme verlo y aprender lo que él mismo aprendió, no puedo creer que haya estado tan cerca todo este tiempo»


Mientras pasaban por unas pequeñas colinas llenas de sembradíos, el duende señaló una casa al pie de la primera, a cada paso que daban se distinguía mejor la silueta de alguien acostado sobre el pasto, entrecerrando los ojos para ver mejor sin que el sol le lastimara la vista, Martha lo identificó de inmediato. Era Roberto, aunque un poco más grande, era su hermano.



Se echó a correr hacia el lugar, gritando a su hermano, mientras el duende permaneció caminando detrás de ella. Ambos se dirigían a su casa, donde el propio hermano del duende también les esperaba. Repentinamente, Roberto levantó su cabeza y se frotó los ojos, viendo alrededor, como despertando de una larga siesta. Abrió los ojos con sorpresa cuando notó la presencia de otra persona, y de inmediato supo quien era, se levantó y salió al encuentro de Martha.


Cuando ambos caminos se cruzaron se dieron un gran abrazo, Martha empezó a llorar y el duende no pudo más que tener una pequeña sonrisa en la cara al presenciar el reencuentro.


«¿Cómo llegaste aquí? Esto es imposible, creí que no las volvería a ver…»- Dijo Roberto, sonriente ante la sorpresa, viendo de su hermana al duende en espera de una explicación por cualquiera de los dos.


«Me siguió hasta aquí y dice que quiere aprender, intenté decirle que es complicado, pero aún no comprende»- Acotó el duende.


«Un momento…»- Martha que apenas estaba dejando de llorar y que se veía tan feliz, repentinamente tenía una expresión consternada en el rostro, volteaba a ver a ambos justo como su hermano hace un momento, en busca de una explicación. -«Si has estado aquí todo este tiempo, ¿por qué nunca volviste? ¿por qué no nos volviste a ver?»


«Lo siento, Martha, no podía, no es tan sencillo…»- Roberto dio un paso atrás e hizo una mueca tratando de hablar tranquilamente.


«¡No puede ser tan complicado! Mamá lloraba todos los días y nunca me dijo qué pasó, creí que no te iba a volver a ver»- Martha rompió en llanto nuevamente, sin entender qué sucedía.


«Te juro que si pudiera habría vuelto antes a verlas, lo siento mucho, también las extrañé…»- Dijo atrayéndola en un abrazo para consolar su llanto.


«Deberíamos ir adentro, una charla tranquila debería solucionar las cosas, mi nombre es Ulmund»- Intervino el duende, que hasta entonces solo había estado observando, tendiendo la mano hacia Martha.


Ella la estrechó mientras usaba su mano izquierda para limpiar su rostro, aun sollozando por tantas emociones, tomando el brazo de su hermano ambos siguieron a Ulmund dentro de la choza que, para sorpresa de Martha, era bastante espaciosa por dentro.


Se encontraban en una sala con muebles de madera, acolchados con almohadas caseras llenas de fibras del bosque, se sentía un fuerte olor a vegetación incluso dentro de la casa, en una esquina había muchos leños apilados, hongos y maíz. A lo largo de la pared colgaban una serie de mantos con pinturas de paisajes y animales, al lado de un pasillo se encontraba un gran mueble lleno de lo que parecían manuscritos, libros grandes y pesados, con cortezas lijadas a modo de tapa.


Notó que aparte del olor predominante del bosque, este se mezclaba con uno más cercano, comida. Al notarlo fue como si le cayera el largo recorrido hasta ahí encima repentinamente y su estómago hizo ruido, a Roberto le dio risa y le preguntó a Ulmund si podían comer mientras charlaban, este dijo que sí y se adentraron a la siguiente habitación.


En el centro del lugar había un círculo de grama espesa como si fuese una alfombra, el techo tenía un hueco como tragaluz, sobre la grama había una mesa redonda rodeada de seis sillas de madera, en todas las paredes había ventanas que daban al paisaje natural que les rodeaba.


Al lado de la pared frente a ellos se encontraba una cocina tradicional de barro, grande y en pleno uso en manos de otro duende. Del mismo color de piel que Ulmund, cabello largo y trenzado, algo rizado, estaba avivando el fuego bajo una olla que parecía emanar todo ese aroma que Martha percibió antes.


Ulmund avanzó hacia él y brevemente intercambiaron susurros, el otro duende volteó a ver a Martha y asintió, con evidente consternación en su cara, pero también una pequeña sonrisa. Después de unos momentos, dejó apoyado el cucharón al borde de la olla y se volteó hacia los chicos. Con pasos lentos, pero firmes y entusiasmados, se acercó a ambos y Martha notó que se veía un poco más joven que Ulmund.


«Hola, me llamo Eulen, hermano de Ulmund. Me mencionaba que eres la hermana de la que nos había hablado Roberto, es un gusto…»- Dijo con una sonrisa. -«Siéntense y podemos hablar mientras comemos, les aseguro que los cuatro tenemos hambre»


Martha asintió, Eulen se veía un poco más amable y dulce, además, la boca se le hacía agua con el fuerte olor a comida que inundaba el lugar. Se sentaron, Martha al lado de Roberto y Ulmund frente a ella, mientras Eulen les servía en profundos tazones una sopa llena de especias y grandes trozos de hongos como los que vio antes, acompañado de hogazas de pan cubiertas con mantequilla.



Pasaron alrededor de media hora comiendo en silencio hasta que finalmente Eulen se aclaró la garganta y empezó a hablar dirigiéndose a los hermanos:


«El día que traje a Roberto aquí fue como cualquier otro para nosotros, salí a su mundo por el arco a platicar con los animales del otro lado y visitar los bosques, siempre nos mantenemos al tanto de la situación fuera, temiendo que un día todo ese daño pueda alcanzar nuestro mundo e infectar como lo hace allá»- Le dio una pequeña mirada a Ulmund, que permanecía callado, comiendo despacio y observando por momentos la escena frente a él. -«En fin, pasé el arco y él estaba tirado, terriblemente enfermo, se había intoxicado y no había nadie de su gente alrededor, así que lo traje y, a pesar de sus quejas, Ulmund me ayudó a curarlo»


«Bueno… no lo podíamos dejar tirado a morir, a pesar de ser un riesgo, no somos desalmados»- Murmuró Ulmund como excusándose.


«Lo curamos y le dimos un lugar para vivir, pero no podemos permitir que salga y le diga a todos los de su gente, Roberto es joven, bueno y consciente, pero a los adultos de su especie los envenena la decadencia que les rodea, vendrían a hacer daño a nuestro hogar… Es por eso que no lo pudiste ver antes, lo lamento, niñita»- Dijo con una sonrisa a medias, esperando que esa explicación fuera suficiente.


«Pero… mamá está preocupada y muy triste, no puedo dejarla vivir así ahora que sé dónde está Roberto»- Exclamó Martha, sin entender del todo lo que pasaba ahí.


«Eso es lo que temía, por ello rehusé a dejar que Roberto saliera»- Dijo Ulmund con frustración y miedo en su voz.


«Ulmund solo se preocupa por el bosque y los animales, aunque pueda parecer gruñón, es de naturaleza amable…»- Roberto explicó a su hermana, lo cual hizo reír a Eulen.


Continuaron comiendo y cuando todos los tazones estaban vacíos predominaba el silencio.


«Pueden traerla…»- Dijo Ulmund. -«Pero deberemos explicarle todo»- Volteó a ver a Martha y dijo -«Yo también la he visto llorando cada que voy a su mundo, se esconde para que no la veas, pero va cerca del arco a pedir que Roberto regrese. No sé si resultará, pero espero ella tenga la mente tan bondadosa como he notado y que mis ojos no me engañen por el bien de nuestro hogar»


«Pero… ¿quién esperaría eso de mi hermanito?»- Dijo Eulen en una carcajada mezclada con lágrimas, volteando a ver a los hermanos y caminando para abrazar a Ulmund, que se veía avergonzado de su acto de amabilidad.


Martha y Rodrigo se abrazaron sollozando, la familia al fin se reuniría, luego se acercaron al par de duendes, criaturas mágicas que viven en armonía, y les dieron un abrazo. Les inundó la emoción, tenían un largo tiempo sin estar frente a un futuro tan prometedor y alegre, sabían que al día siguiente se reunirían como una familia, igual a como solían hacerlo.


El abrazo continúo por unos minutos, cálido, con la energía de la noticia y la comida casera recorriendo sus cuerpos, mientras los rodeaban el sonido de los animales en el bosque y una fresca brisa se colaba por las ventanas en un mundo como de pintura, sin las botas de metal que reinan del otro lado del arco.


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